noviembre 24, 2024

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Tragedia en Cerro Pérez: Testimonios exclusivos de lo ocurrido en 1963

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La provincia de Aysén fue durante mucho tiempo azotada por tragedias aéreas, a tal punto que se comenzó a creer que vivíamos en una zona maldita y execrable. A continuación, La Última Esquina, sección del escritor Óscar Aleuy.

El domingo 16 de Junio de 1963, un avión C-47 de la Fach se precipitó sobre el cerro Pérez a minutos de haber despegado de Balmaceda. Eran cerca de las 15 horas cuando un rugido de motores anunció que algo no andaba bien. Cuando el avión se fue contra los faldeos del cerro Pérez, cayó por una de sus laderas, se llevó follaje y árboles y dejó una estela de tierras abiertas y un reguero de surcos. El punto justo del desastre está ubicado entre Puerto Aysén y Puerto Aguirre y el viaje estaba programado para llegar a Puerto Montt en horas de la tarde. Iban veinte personas a bordo y no fue sólo un pasajero el que sobrevivió, sino a lo menos una decena. 

Entre las víctimas se encontraba el obispo de Aysén César Vielmo Guerra, la madre Antonia Vicente de las Siervas de San José, una nutrida delegación de deportistas de Lucha Libre de Santiago y conocidos vecinos coyhaiquinos. Media hora después del accidente, muchas personas comenzaron a movilizarse para iniciar el rescate de sobrevivientes y cadáveres, en una acción que duró muchísimo tiempo por las condiciones climáticas adversas y una zona boscosa que hacía casi imposible la búsqueda por tierra. 

El avión cae luego de un intento desesperado del piloto por planear en la playa, se arrastra y se desintegra en medio de la selva. (Foto Grupo NLDA Redes)

COMIENZA EL INFIERNO

El Obispo de Aysén de la época, César Gerardo Vielmo, víctima fatal del accidente de Cerro Pérez. (Foto Vicariato Aysén)

La aciaga jornada presentó variadas aristas y asombrosos detalles. Carlos Hein el avezado piloto de Coyhaique, nos permitió saber que el avión cae luego de un intento desesperado por planear en la playa, se arrastra y desintegra en medio de la selva y permanece ahí por largas ocho horas, entre alaridos de dolor, gritos y ayes de sobrevivientes que intentaron todo para escapar de la muerte. Ésta llega a causa del congelamiento en unos casos, las graves heridas por el impacto y remata cuando los motores explotan. Alguien deja deslizar la teoría de que entre los sobrevivientes encendieron una fogata cerca de los restos de combustible, convirtiéndose el sector en un infierno. Pero eso no fue comprobado.

LOS PRIMERAS PATRULLAS RESCATISTAS

El puertoaguirreño Moisés Figueroa Saldivia, estuvo metido como buey hasta la tusa en el rescate. También estuvo ahí siendo parte de la misión junto al Teniente Hernán Merino Correa, el querido padre Victorino Bertocco y muchos otros grupos de patrulleros. En la noche, cerca de las 23 horas Moisés se hallaba en su casa de la isla cuando recibió la visita del jefe del retén de Carabineros Manuel Montiel para avisarle lo del accidente y que vaya a integrar los grupos de rescate durante la madrugada. Montiel tuvo que obedecerle y a los quince minutos después se encontraba cabeceando un sueño antes de partir en la madrugada. 

El detalle salta brutal entre nosotros, y creo que siento la piel erizada al escribir estos párrafos llenos de horror, especialmente al conocer más detalles sobre un sobreviviente, a quien Figueroa logra escuchar entre los restos calcinados del avión. Al día siguiente el isleño tiene que coordinarse con el chilote Melipichún, jefe de la cuadrilla de buzos, el mismo que había entrevistado cierta vez que estuvo en Coyhaique junto a un tropero de Cochrane en la sala principal del Colegio de Profesores. 

El puerto Pérez estaba convulsionado, con puntitos de hombres avanzando penosamente por selvas, laderas y bardales. El miedo se había instalado ahí junto al centro de la desesperanza, mientras la niebla cerrada dejaba entrever los humos del incendio de los motores del avión, a unas tres horas de navegación desde el puerto Chacabuco. Hacia allá iban todos los grupos de exploración y rescate. Los más temerarios prefirieron escalar en línea recta a través del entorno selvático, tardando ocho horas en llegar a los restos humeantes del avión cuando ya asomaba la noche. 

Vieron venir a otra patrulla que integraba el padre Luna junto al sargento Enrique Stange, el jefe Montiel, el sargento Barría, el carabinero Lautaro Rodríguez y el poblador Moisés Figueroa. Mientras tanto Melipichún se había embarcado a las siete de la mañana en la lancha Divina de Vialidad, cuyo capitán Gumercindo Pérez se encontraba en Puerto Aguirre. 

Una hora y media después el grupo encontró los restos calcinados cerca de una de las islas de las Cinco Hermanas. Melipichún casi brincaba sobre los árboles y era el que avanzaba más cerca del impacto, sorteando barrancones, quilantales y tupidos tepuales. A la mañana siguiente se podían escuchar disparos de localización. 

Ahora entiendo por qué a Melipichún nunca le gustó hablar con la grabadora enfrente, no era hombre de verbos o palabras, era de acciones y trabajos brutales. Me lo demostró aquella tarde de lacónicas expresiones. Fue el capitán Machuca quien les iba informando a los rescatistas sobre la situación. Al llegar comprobaron la magnitud del desastre: tierra apisonada, barro a discreción, restos calcinados, alas, fuselaje, selva abierta, troncos quemados. Incluso cuerpos sobre los árboles o enterrados en el barrial.

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